Eddie Martínez
(1963 San Francisco del Mar, Oax. México)
Eddie Martínez es parte del grupo fundador del legendario Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo cuando surgen los principios del arte contemporáneo oaxaqueño. Las raíces del estilo estriban en la utilización de formas culturales oaxaqueñas tradicionales -los mitos, los cuentos, las leyendas, etc.- en un contexto de formas de arte occidental moderno. Desde entonces ha trabajado con dedicación y esmero en todas sus creaciones, plasmando las imágenes que en cada etapa de su carrera le han obsesionado. La atención que dispensa a cada detalle ya sea sobre papel de arroz o sobre lino, salta a la vista en la calidad insuperable que entrega en cada obra.
Eddie Martínez es uno de esos artistas raros para los que hay que preparar la vista, afinar los sentidos y entonces disponerse a disfrutarlo. Su singularidad proviene de sus raíces huaves, pobladores de la zona sur, más allá del Istmo de Tehuantepec, donde varias culturas conviven e interactúan, distinguiéndose con claridad del folclor zapoteco tan conocido. Esta pluralidad cultural a su vez le ha mostrado el mejor camino para nutrir su paleta, rica en colores y texturas.
Su obra se ha caracterizado por la fragmentación de sus composiciones. Nos las entrega en trozos, a la cubista. En lugar de entregarnos un orden coherente basado en la lógica, ha desarrollado un orden basado en sus sentimientos y su intuición, lo cual a veces es de una complejidad que desafía a la lógica. Al utilizar la fragmentación, explora verdades que van más profundo que la superficie de una situación particular. Paradójicamente, a través de la fragmentación de todos los elementos de una situación, le es posible explorar el todo en un contexto más amplio. Y lo más fascinante es que este complicado mundo al que nos invita el arte de Eddie Martínez es además pleno de una belleza suave y opulenta que nos cautiva.
Usando imágenes de los sueños que son míticos en su naturaleza, como punto de partida, Martínez crea un universo donde la ambigüedad es una constante y lo que se percibe como sólido puede desintegrarse al tacto. Es un mundo surreal donde nada es lo que parece. Aquí lo más común y corriente de las cosas se vuelve un ambiente de incertidumbre; los sucesos tienen un orden muy diferente de lo racional a que estamos acostumbrados; el pasado, presente y futuro se mezclan entre sí, y las relaciones tienen lugar en otro plano. Fragmentos, indirectas, y sugerencias son la regla. La pintura misma lo guía, le dice hacia dónde ir, qué hacer, qué corregir o volver a comenzar.
Su personalidad reservada, silenciosa, le permite observar –de tiempo completo– la realidad, sus realidades y absorber cada minúsculo detalle para, entonces, exigirse a sí mismo una calidad en sus trazos que solamente se logra con una paciencia infinita, amén de una dosis de autocrítica.